19961124DO Diario "EL SUR", Cuerpo 3, Sección "CULTURA Y ESPECTACULOS", Página 25.
Difícilmente podríamos concebir nuestra vida finisecular sin la televisión. No es una cosa de adicción como suele creerse. Para muchos, lo que se manifiesta en la pantalla chica es nada menos que el mismo suelo por el que caminan. El idealismo proponía que no había realidad exterior: todo era producido por la cominación de nusetros sentidos ("El mundo es mi representación", escribió Schopenauer). Esta doctrina es de la Edad Moderna, y ahora, en la edad posmoderna, parece regir nuevamente; solo que a nuestros sentidos se ha sumado uno más: la televisión.
En términos realistas, la TV es tan productora de realidad como el olfato o el tacto. Lo que no registra ni exhibe, no ha sucedido, no existe. Lo que representa, en cambio -aunque sea ficción-, es tan real como nuestros dolores de cabeza. Este año los niños tomaron posesión definitiva e irreversible de la fiesta de Halloween, algo que venían viendo en la TV desde que nacieron, algo tan real para ellos como el 18 de septiembre o el Cuasimodo, y acaso más.
Ha comenzado una nueva Teletón, y si aceptamos lo que veníamos señalando, no debiera extrañarnos que muchos piensen -y de buena fe- que la muy loable obra que ha llevado adelante don Francisco tantos años sea "La" campaña benéfica de este país, aquella que obedece a las carencias más urgentes y la que sin duda debe ocupar un lugar prioritario en nuestra agenda de actos y desembolsos solidarios.
En nuestro país, sin embargo, son múltiples y muy diversas las formas de amparo y necesidad. Obras de beneficencia hay muchas, algunas tan grandes y tan antiguas como el Hogar de Cristo, fundado por el Padre Hurtado.
Es complicada la disyuntiva en que pone la Teletón a los que, aun dispuestos a colaborar, tienen espíritu crítico y no se resignan a comulgar con ruedas de carreta.
Confieso que me molesta la beatería que, por estas fechas, los comienzan a exhudar artistas, animadores, cantantes y actores de teleserie. Hay en ello una pretensión pública de probidad y espíritu caritativo que me parece farisaica. Una vez más los veremos rodeando a Don Francisco en las fotos promocionales: una vez más ofrecerán gratuitamente sus servicios y llorrarán al cerrarse a toda orquesta la campaña de 27 horas. Pienso, sin embargo, que lo hacen porque no les queda otra alternativa. Estar fuera de la Teletón es no tener vigencia en la TV. Marginarse por voluntad propia puede equivaler a un suicidio profesional.
Me agrada cuando se reúne el dinero, porque me consta que será bien empleado y que ayudará a muchos. Me molesta la catarsis final, porque reduce el concepto de solidaridad al hecho de sacarse unos billetes del bolsillo, y porque nos convence, por un año más, que en el fondo de nuestra codicia neomercantil se esconde una nación verdaderamente fraterna. Pretensión que, francamente, me parece exagerada, cuando no falaz.
Telemaníaco
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Rodrigo "Alley'Gator" Hunrichse.