Supuestamente lo políticos representan a sus votantes, pero la gente, cada vez más escéptica, de alguna manera intuye que la realidad es muy distinta. La política es un mundo aparte, un universo paralelo, una Dimensión Desconocida con su propia geografía, sus propias leyes y asuntos prioritarios. ¿Por qué cuesta tanto que en Chile se legisle acerca del divorcio? Porque los políticos responden más a su propia formación ético-doctrinal que al parecer de las mayorías. Chile es un país de mayorías silenciosas. En parte por lo ya dicho, en parte por la tiranía de los poderes fácticos y en parte por un[a] falencia que describió admirablemente el polemista Fernando Villegas: que en este país sólo los intolerantes se organizan. La tolerancia -que a veces se disfraza de usos tan criollos como el "hacer la vista gorda" o "hacerse el tonto"- es algo que uno puede reconocer en amplias capas de nuestra sociedad. Pero nadie "se organiza" para ser tolerante, así como nadie "se propone" ser bondadoso, porque esta cualidad, al igual que aquella, es un fenómeno espontáneo de las almas limpias.
En Chile esta sucediendo algo que puede ser peligroso: crece el descontento. En la lógica imperante, el hecho de que la canasta familiar se haya abierto a ítems otrora superfluos como teléfonos celulares, hornos microondas y peluquería, reflejaría indesmentiblemente que este país se acerca a pasos agigantados a la felicidad final (si es que la plenitud material es felicidad). Pero el descontento aumenta. Un descontento ético ante desengaños, sueños rotos, revelaciones atroces y promesas incumplidas; descontento que, por desgracia, está siendo capitalizado por individuos y agrupaciones con visiones extremas, anárquicas y aún apocalípticas.
El primer síntoma del descontento fue la apolitización de los jóvenes. La campaña de inscripción en los registros electorales no fue de gran ayuda (los jóvenes no son tontos: odian que los viejos imiten su lenguaje y discurso para convencerlos de cosas en las que no creen). Ahora estamos en la tierra derecha de la propaganda electoral; al ver en la televisión las coloridas franjas de propaganda y los encendidos programas de debate, comprendo que cada vez menos ciudadanos se identifiquen o vibren con el rito eleccionario.
La propaganda políticas es -al menos entre nosotros- un arte tremendamente estancado. Los spots parecen dirigidoa a ciudadanos con serias deficiencias intelectuales. Por el lado oficial, patéticamente se ha pretendido resucitar el cadáver de la campaña del No. Como si el tiempo no hubiera pasado y las ilusionadas masas de entonces no hubieran perdido la inocencia. Por el lado opositor, se ha recurrido al mesianismo y (aunque con bastante más moderación que en otras épocas) al terror.
Los programas de debate me recuerdan esos reductos clandestinos donde gentes rústicas se juntaban a ver peleas de gallos. No son conversaciones normales, sino contiendas verbales entre cofrades; encuentros de carácter dialéctico en los que, sin embargo, se usa una lógica anómala, que no es la de Aristóteles, ni la de Santo Tomás no la de Maritain.
Última revisión: 19980325 Miércoles por Rodrigo "AlleyGator" Hunrichse, [email protected]
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