19971102DO Diario "EL SUR", Cuerpo 2, Sección "CULTURA Y ESPECTACULOS", Página ?19.
Estaba pasando el fin de semana en Santiago, y la mañana del domingo tuve que ir a ese mall enorme de la Kennedy (cuyo nombre callaré) para hacer algunas compras de emergencia (que tampoco especificaré). La noche anterior había sido larga, así que andaba casi sonámbulo. Entonces, un poco más alla de la curva de la comida chatarra, comencé a escuchar una música alegre y movida, que me devolvió las energías. Era una pequeña y muy afiatada banda de marinos norteamericanos. En ese momento anómalo no me parecieron inferiores a Benny Goodman y su célebre orquesta. Es una exageració insostenible, ya lo sé, pero los tipos tocaban realmente bien. Y bailaban y cantaban con soltura y alegría.
Días después tuve ocasión de comparar el número antedicho con la hierática y muy castrense presentació de cierto orfeón que ameniza las tardes del downtown capitalino. La severidad marcial es una de nuestras amarras pisicológicas más antiguas, junto con el legalismo y las ceremonias públicas. Son fenómenos que, formando parte de nuestro ser, coartan su manifestación plena.
Comparativamente, Chile es un país tremendamente gris. No digo que eso esté mal, pero es una verdad que debemos aceptar y procesar. Nos guardamos muchas cosas, y por eso estamos entre los países más estresados, neuróticos y deprimidos del orbe. Sin embargo, tenemos nuestras válvulas de escape. Una de ellas es el humor. Ciertamente, no el humor mercenario y subnormal de "Viva el Lunes", sino el semiclandestino, ese que medra en los típicos cotorreos de oficina, en el balbuciente coloquio de los amigotes frente al metro cuadrado de "pilsen"..., ese humor que surge en cualquier parte o situación donde no pueda escuchar o interferir "la autoridad" (política, social, familiar, laboral, etc). El genuino humor chileno es profundamente subversivo. Andrés Bazin decía que la antológica escena del vestido de Marilyn levantado por el viento del Metro sólo era posible en un medio cultural con gran tradición de censura (recordemos que el código Hays reglaba incluso la duración y estilo de los besos y abrazos cinematográficos). Nuestro humor, que hace chistes hasta de lo más sagrado y trágico, es trasunto, quizás, de una ansia atávica de libertad cultural. Libertad con ligeros matices de libertinaje, desprovisto de íconos que reverenciar, y de imperativos morales que obedecer.
Como expresión de esa necesidad, legitimo y hasta celebro la existencia de espacios aparentemente tan vulgares como "Grado 28" (Rock & Pop) y "Lunáticos" (Chilevisión). Milagrosamente, entre risotadas indecentes, frases de doble sentido y atrevidas interpolaciones audiovisuales, aflora la parte postergada de la chilenidad. Claro, hay ciertas cosas que no se pueden decir por televisión, ni siquiera en la madrugada. De ahí, tal vez, el predominio abrumador del tema sexual. Tal vez no: en una de esas realmente es nuestra principal tranca. El chileno podría ser la encarnación perfecta del sujeto freudiano, ese cuyos actos, ideas y sentimientos surgen de un movedizo fondo inconsciente de pesadillas eróticas. Esos programas, sean de nuestro agrado o no, representan algo así como el levantamiento eventual del toque de queda del alma.
Definitivamente, no hacen daño.
Última revisión de este documento: 19980605 Viernes por Rodrigo "AlleyGator" Hunrichse, [email protected]
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