[De los AlleyGator-TV-Files:]

19980412DO Diario "EL SUR", Cuerpo 2, Sección "CULTURA Y ESPECTACULOS", Página 15.

Comentario

Placeres culpables

Sin perjuicio de su evidente significado religioso, la Semana Santa es una dulce costumbre para mí. Me agrada sobremanera, por ejemplo, el místico sosiego que se apodera -al menos por un día- de los medios de comunicación. Algo se calma milagrosamente en el ancho y bullicioso ámbito de la ciudad. Hasta los autos parecen cambiar sus rugidos por suaves ronroneos.

Sólo el Viernes Santo descubro hasta qué punto estoy estresado y tenso. Pasé gran parte de la tarde recostado, con los ojos cerrados, asimilando por cada poro la música sacra que tan acertadamente programaban algunasa radios. Una hora de canto gregoriano puede transportarnos a estados del ser cuya plácida trascendencia ni sospechábamos. Escuchar "La pasión según San Mateo", de Bach, es elevarse hasta eminencias de emoción estética y contemplativa difícilmente alcanzables por otro medio. Si en el cielo hay música, sin duda ha de sonar así.

Mucha gente no se explica que, para estas fechas, la televisión programe las mismas películas bíblicas de siempre. No faltan quienes se ríen de esta especie de tradición. Yo no tengo ningún problema en admitir que disfruto como niño con esas añejas, lujosas y a veces algo ingenuas producciones.

Mi preferencia es la ficción ambientada en la Roma Imperial. He visto todas las películas y leído todas las novelas. Tengo una fijación con lo grecolatino. Desde hace tiempo estoy embarcado en la aventura de imaginar la perdida magnificencia de Roma (con la escrupulosidad con que el personaje de "Las ruinas circulares", el magistral cuento de Borges, imaginaba a un ser humano, cada vena, cada cartílago, para imponerlo a la realidad).

Una observación de Martin Scorsese acerca del filme "La caída del imperio romano" (1964), de Anthony Mann, siempre me ha causado inquietud y emoción. Además de atribuirle a la cinta "la belleza de un arte perdido", (las épics hollywoodenses), destacaba el misterio de una de las últimas escenas. Los personajes se aprestaban a enfrentar un aciago destino que ya conocían. Nadie hablaba; sóolo se escuchaba el ahogado aullido del viento, en cuyo centro vibraban -tenues pero escalofriantes- las burlonas carcajadas de los dioses antiguos.

Películas como "Quo vadis" se filmaban en Italia, al pie de las mismas ruinas, o en los estudios de Cinecittá. El músico Miklos Rozsa componía sus grandilocuentes partituras basándose en vestigios de la música de la época. La novela del Premio Nobel Sienkiewicz huele a naftalina por los cuatro costados, pero el filme de Mervin LeRoy, pese a sus cursilerías, tiene un par de personajes memorables (el Nerón de Peter Ustinov, desde luego, y ese Petronio -¿el autor del Satiricón?- que derrocha grandeza incluso al adular al pedestre, adiposo y amanerado emperador).

A propósito de "Titanic" se ha mencionado bastante el magafilme "Ben Hur" (1959). Verlo nuevamente este año comprendo que los rankings hollywoodenses omiten una variable cardinal: la inflación. Sólo en extras William Wyler debe haber gastado -haciendo las actualizaciones correspondientes- la mitad del presupuesto de James Cameron, que empeñó hasta la camisa para sacar a flote su pantagruélico filme.

Telemaníaco


Última revisión de este documento: 19980605 Viernes por Rodrigo "AlleyGator" Hunrichse, [email protected]

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