Diario "EL SUR", 19980315do, Cuerpo 2, Sección "CULTURA Y ESPECTACULOS", Página 21
Quienes vibraban con los desórdenes del miércoles pasado, y en lo profundo de sus corazones los celebraban, equipararon la actitud del gobierno a la de la derecha. Ambos sectores habrían procurado (usando la manida expresión periodística) "bajarle el perfil" a los hechos. Sin embargo, pese al notorio interés de la prensa extranjera (o precisamente por el notorio interés de la prensa extranjera) ciertos sectores radicalizados hicieron todo lo que estuvo a su alcance para magnificar y dramatizar lo sucedido. Cierto, había manifestantos afuera del Congreso. La mayoría, habría que agregar, miembros de juventudes políticas... "carne de cañón" de escasa representatividad, que protesta con consignas legadas por la generación anterior contra algo que de seguro no entiende. Las concentraciones, encendidas de gritos y pancartas, son fenómenos consustanciales a la democracia y socialmente necesarios. Frente a la Casa Blanca hay una que lleva años. Pero una concentración pacífica entre tantos corresponsales extranjeros hubiera sido, desde la perspectiva de los seguidores de Gladys Marín, un completo fracaso. En ciertas ocasiones de tensión social basta prender la mecha. El resto es abrirle paso al lumpen rockero y futbolístico (siempre listo a participar en cualquier desorden) y administrar el caos a distancia.
Paul Johnson observa que la praxis del marxismo siempre fue animada por una conmovedora imagen poética: la rebelión final de las masas oprimidas, imagen que hubiera sido magistralmente llevada al lienzo por algún maestro del romanticismo francés, digamos un Delacroix. En el humus cultural chileno pervive una suerte de épica de la rebelión, un sentimiento poético de la movilización social. Toda violación callejera del orden público será justificada para algunos. El fuego delas barricadas, de los pestilentes neumáticos es traducido en fuego místico, fuego que purificará las felonías autoritarias, restañará las heridas sociales y reparará las seculares injusticias capitalistas.
Claro, nadie se preguntará qué piensa el ciudadano común de todo esto. ¿Donde estaba el "pueblo de Chile" en esos álgidos momentos en que parecía que los manifestantes iban a derribar la reja del Congreso e irrumpir en él, quien sabe con qué intenciones? Tengo para mí que el pueblo de Chile se levantó tempranísimo, como todos los días, envió (con un poco de preocupación) a sus niños al colegio y se encaminó al trabajo a ganarse el pan, tal vez con el pecho algo oprimido por las deudas. La mayoría se encomendó secretamente a Dios para no quedar, a la hora de colación, o camino a casa, en medio de alguna batalla campal y recibir por casualidad un piedrazo, un balín o un envión de agua policial.
¿Pinochet en el Senado? No hay que fundirse los sesos para entender este asunto. En su libro "Mala memoria", Marco Antonio de la Parra habla retrospectivamente de lo extraño y experimental de nuestra política. Desde entonces la prensa mundial ha estado alerta. Fue raro, nunca visto lo de Allende ("revolución en libertad", con gusto a empanadas y vino tinto, y legitimada electoralmente). Fue rara la orientación de la política económica del gobierno militar (neomercantilismo de Chicago en vez del tradicional nacionalismo económico de las dictaduras latinoaemericanas). Fue rara la transición (¿quién hubiera imaginado a Pinochet entregando la banda presdencial a uno de esos "señores políticos" que tanto vapuleó durante décadas?).
La presencia de Pinochet en el Congreso es acaso la fase más rara de la transición, el más exótico de nuestros procesos políticos. No se puede pedir que afuera se entienda: a la luz de las tradiciones democráticas occidentales es una completa locura. ¿Quién dijo que el realismo mágico era una mentira?
Última revisión de este documento: 19980605 Viernes por Rodrigo "AlleyGator" Hunrichse, [email protected]
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